Todavía resuena el grito de Parson: “Dejad que se escuche la voz del pueblo”. Por Rodolfo Romero -RoRó.-
“El mundo entero yace en el poder del maligno”, Juan 5.19.
“La pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra”, Eduardo Galeano
Para los trabajadores y todo el mundo del trabajo, el 1º de mayo es una fecha sagrada. Recuerda jornadas memorables y representa un hito histórico.
Es imposible pasarla por alto. Está presente en las médulas del Movimiento Obrero, del Movimiento Sindical, y de todo el Movimiento de los Trabajadores. Y está asociada irremediablemente a los Mártires de Chicago.
Humildes luchadores sociales y sindicales que ofrendaron sus vidas en defensa de la dignidad del mundo del trabajo con el anhelo de sortear la miseria en que vivían y trabajaban.
1886 es la fecha marcada a sangre y fuego. Estados Unidos de Norteamérica es todo el escenario de las luchas de la clase trabajadora, en reclamo de 8 horas de trabajo, ocho horas de educación-cultura, y 8 horas de descanso.
Y todo se genera a partir de la primera gran Revolución Industrial que produce su estallido en Inglaterra, impulsada por la máquina a vapor, perfeccionada por el mecánico escocés James Watt.
Esta revolución permite generar el movimiento por vía mecánica por primera vez en la historia humana.
Y se suscita toda una profunda transformación en el modo de producción, en la explotación del trabajo humano, y en el proceso de acumulación de la riqueza, del conocimiento y del poder. Una minoría se hace rica y poderosa.
Los campesinos abandonan el campo y se agolpan en las nuevas fábricas que se van montando. Surge el “Factory System”, donde los “capitanes de industria”, es decir, los dueños, los capitalistas, someten a los trabajadores como simples asalariados en jornadas laborales de 16-18 horas de trabajo.
Y las condiciones en general fueron y siguen siendo simplemente indignas.
Las luchas de la nueva clase obrera se asemejan a las luchas de espartaco en Roma. Hombres libres sometidos a nuevas formas de esclavitud.
Desde el perfeccionamiento de la máquina a vapor -1769- se dan muchas luchas obreras, se producen las violaciones más descaradas de los derechos humanos, y corre mucha sangre.
Surge el capitalismo industrial y se pone en marcha una economía de “libre mercado”, diseñado por Adam Smith en su libro “La riqueza de las naciones”, escrita en 1776. Y también se inspira en la Revolución Francesa gestada en 1789, oportunidad en que la burguesía accede al poder desplazando a la nobleza.
Rápidamente, se establece la norma jurídica: La Ley Le Chapelier, que prohíbe terminantemente la asociación de los trabajadores, ya que supuestamente atentaba contra la libertad de comercio.
Es decir, la Revolución Industrial, el capitalismo moderno, nace negando el derecho de asociación de los trabajadores.
Y esta postura perdurará y se proyectará más allá del abismo de los tiempos.
En efecto, el neoliberalismo considera al trabajo humano como simple mercancía. Consecuentemente, debe estar sometido a la ley de la oferta y la demanda, el Estado no debe pretender fijar salarios mínimos, y la relación de trabajo debe estar sometida a la Ley Civil, Comercial y Penal.
Nada de derecho laboral, ni código del trabajo. Ni libertad sindical, ni contratación colectiva, ni derecho de huelga.
Y es esta batalla la que se renueva en forma permanente, buscando crear en la sociedad una nueva conciencia sobre la dignidad y el valor del trabajo, como una ponderación correcta de los derechos humanos, donde los derechos laborales, son una parte esencial del mismo.
En pleno siglo XXI seguimos sufriendo las condiciones de miseria, desocupación, y explotación del trabajo humano, por lo que debemos renovar nuestro coraje y espíritu de lucha para reivindicar los derechos laborales, el derecho al trabajo, y el derecho del trabajo. Será siempre el mejor homenaje a los Mártires de Chicago.
Y ante la reciente partida del gran Eduardo Galeano, recordamos su frase, que guarda un contrasentido llamativo:
“La pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra”.